Varela

Documental:

https://youtu.be/7xFy3X4

Laboratorio Portatil : meditar, el experimento de observarte. Portable Laboratory:  our body and mind constitute the expiremental place of research.

Do ti (1995): «Ask yourself a question, any question. In four words or less, but no more.»

Magritte – Escher  Ambos, ilustran bien un punto esencial de su pensamiento: «no es posible ni correcto suponer la existencia de un mundo objetivo», independiente del observador. Ellos plasman las ilusiones ópticas. En las que vemos , por ejemplo, con Magritte,  que no es posible estar viendo a la vez el árbol y la hoja que está delante del lienzo. Ambos expresan en la percepción de lo visual «existe la posición esencial del observar, y que el mundo, que puede parecernos objetivo, no existe independientemente del observador que lo percibe. Varela propone comprender la circulación entre este «mundo objetivo» y el «mundo del sujeto»que es la experiencia vivida por alguien.

Beatriz Sarlo

(entrevista) Educar la mirada: Observar las cosas con sensibilidad y  cerebro, una mezcla muy particular.

«…sigo viajando en transporte público, a la hora que sea, todos los días. No es que sea muy razonado, ni podría demostrarlo con una argumentación, pero eso tiene que ver con la idea de no perder nunca el contacto directo físico, casi corporal con aquello que no es mi mundo. Cuando yo hago análisis cultural, me interesan mucho más las coincidencias y las causalidades de aquello que va ocurriendo muy ostensiblemente ante los ojos de todo el mundo. El otro día escribía una largo ensayo sobre el problema de la inseguridad en Buenos Aires, y todo  tenía que ver con lo que había presenciado o, no con lo que había visto en la televisión, ni con lo que me habían contado».

 

Sergio Larraín

Entrevista (The Clinic)

Es el mejor fotógrafo chileno. Trabajó en Mágnum e impresionó con sus imágenes a Henri Cartier Bresson. Tuvo éxito, fama y dinero, pero se retiró joven aún cuando podía haber hecho más. Hoy vive en un cerro, meditando, al interior de Ovalle. Encontramos parte de su trabajo en los archivos del Hogar de Cristo y lo oímos hablar del sentido de la vida. Sus amigos dicen que nunca fue un fotógrafo sino un místico. No importa. Deléitese con estas imágenes.

Año 1959. Sergio Larraín lleva un mes solo en una pieza de hotel en Roma, Italia. Está de paso, leyendo como loco todos los recortes de prensa que hablan acerca de la mafia siciliana. Sus jefes de la agencia francesa Mágnum le han encargado algo imposible: un fotorreportaje del capo, el Don, el temido Giuseppe Russo.

Luego de informarse sobre las bandas de crimen organizado, Sergio viaja a Sicilia con un pase de prensa francés. En su bolso de mano lleva dos cámaras Leica III C de 35 milímetros. Tiene miedo. El personaje que busca es un asesino. Russo carga con 9 acusaciones en los tribunales por robo con violencia, homicidio triple y extorsión.

Durante tres meses Larraín recorre los poblados de Sicilia sin resultado. Nadie se atreve a decirle donde está el capo. Pasa por la Isla Ústica, por Villalba, por Palermo. Y mientras desespera, su cámara registra todo: un funeral donde la viuda cubre su rostro con un manto negro, un grupo de niñas jugando a la ronda, dos pescadores arreglando una red. Cada toma es una pequeña obra de arte. Pero no es suficiente.

Un día, cuando cree todo perdido, alguien le cuenta que Russo vive en un poblado llamado Caltanissetta. Anota la dirección y consigue hospedaje frente a la casa del capo. Está obsesionado con tener esa foto. Compra un teleobjetivo para disparar desde su ventana, como si fuera un papparazi. Logra varias tomas, pero ninguna lo convence. Ese no es su estilo. Necesita mirarlo de cerca, meterse en su mundo.

Larraín se hace amigo de un abogado, ex compañero de curso de Russo. Se presenta como un turista chileno interesado en las ruinas romanas. Tiene suerte: el abogado le cree y le presenta al capo. Russo resulta ser un hombre desagradable y de pocas palabras. Nadie sabe cómo lo logra, pero Larraín le cae tan bien al mafioso que este incluso lo invita a comer pasta con su familia.

El foto-reportero pasa 15 días visitándolo. Pero en todo ese tiempo nunca desenfunda su cámara. Necesita volverse invisible como una silla; debe desparecer para que Russo emerja sin inhibiciones. Así lo ha hecho en su trabajo sobre los niños pobres del Mapocho, que le abrió las puertas de Mágnum. Así lo hará luego en su memorable trabajo sobre Valparaíso. Sin prisa, Larraín se desliza suavemente en esa feroz vida.

Finalmente una tarde, después de almuerzo, saca su Leica y comienza a retratar los objetos de la casa. Russo no dice nada, tampoco sus guardaespaldas. El capo se levanta para ir a dormir una siesta. Sergio espera el momento justo y lo sigue hasta la pieza. Lo encuentra tumbado en un diván, con los ojos cerrados, las manos sobre la cabeza; solo y sin frazada alguna. En el muro de la habitación, cuelga un cuadro ovalado con una estampa del Sagrado Corazón de Jesús.

Larraín comienza a disparar. Los guardaespaldas lo increpan: -¡Oiga!, ¿por qué usted toma tantas fotos?- le dice uno de ellos.

-Porque después hay que seleccionar la mejor- contesta Larraín.

La respuesta, curiosamente, satisface a los sicarios.

Juan José, hijo de Sergio Larraín, oyó decenas de veces esta historia. Dice que en ese momento, su padre ya tenía un boleto de tren para salir de Caltanissetta de inmediato. En las oficinas de Mágnum no lo pueden creer. Larraín trae 6 mil fotos de Sicilia y de ellas, 72 son del capo de la mafia. Las revistas Life, Paris Match y otras 19 publicaciones compran su serie en miles de dólares. Es su primer trabajo para “Mágnum” y ha dado una lección de estilo y persistencia.

Por esos días, Larraín le escribe a su amiga la pintora Carmen Silva, cuatro carillas cargadas de emociones.

“Estoy nervioso porque me han publicado un reportaje en Match, porque he estado en el Vía Veneto donde está todo el mundo brillante de Roma y los fotógrafos me han recibido bien, muy amistosamente (la aristocracia de la Mágnum) y he estado con las divas y vedettes… tirito y miro las fotos del Paris Match, (que son sanas y fuertes sin ser bellas, bastante primarias) y esas fotos que casi no me doy cuenta en el momento en que las he tomado, se me hacen importantes y las distingo de las de los otros… toda esa emoción… el Yo.”

LA ELITE MÁGNUM

Sergio Larraín es el único chileno que ha trabajado en Mágnum, la agencia donde muchos fotógrafos sueñan estar. En 1959 se reunía ahí la elite gráfica, encabezada por Henri Cartier Bresson y Robert Capa. El primero, autor de fotos memorables como la de un hombre que salta sobre un charco de agua, o sus retratos de Albert Camus y Jean Paul-Sartre. El segundo, famoso por capturar la imagen de un soldado que muere en combate y por obtener las únicas instantáneas del desembarco de Normandía. Cartier y Capa reunieron en Mágnum las más sensibles miradas del mundo y hoy en su archivo figuran clásicos inolvidables como James Dean caminando bajo la lluvia en Times Square; Marilyn Monroe tomada desde arriba mientras retoza en su cama y la madre Teresa de Calcuta hundiendo su cara en sus manos, en una profunda plegaria.

Desde su fundación en 1947 sólo han ingresado a Mágnum 60 fotógrafos. Gracias a Russo, Larraín quedó entre ellos.
-Como en un cuento de hadas entré en el mundo del periodismo fotográfico, luego de una vida sin tener casi trabajo…-recordó Larraín, años después.

A partir de entonces los encargos se multiplicaron. Larraín retrató la captura de guerrilleros en Casbah, Argelia y el resultado apareció publicado en el suplemento dominical del New York Times.

También cubrió el matrimonio del Sha de Irán con la emperatriz Farah Diba. La imagen de ella probándose la corona ocupó la portada de París Match con el título “Mañana seré reina”.

Su fama se acrecentó sin pausa. El Museo de Arte Moderno de Nueva York le compró fotos para su colección latinoamericana.

Nadie se habría figurado entonces que 10 años más tarde, en 1970, cuando estaba en la cima de su carrera, Larraín lo dejaría todo y que incluso buscaría borrar su huella y desaparecer como artista.

Primero decidió renunciar a Mágnum. Luego se llevó sus negativos para quemarlos.

Afortunadamente el fotógrafo checo Josef Koudelka, uno de sus colegas y admiradores, había hecho copias de buena parte de su trabajo. Hoy sus fotos valen entre mil 500 y tres mil euros cada una.

Pero lo que no pudo hacer con su obra, sí lo hizo consigo mismo. A partir de ese año pocas veces se le volvió a ver en público. Ni siquiera cuando en 1999 se organizó en Valencia una restrospectiva de su obra, quiso aparecer.

Hoy tiene 75 años y vive en Tulahuén, un pueblo enclavado en la montaña, al interior de Ovalle. Allí medita, pinta y escribe pequeños textos místicos que circulan entre sus conocidos. No habla con nadie, excepto con un grupo de discípulos a quienes enseña yoga los segundos martes de cada mes. No ve más a sus amigos ni tampoco a buena parte de su familia. Muchos de sus parientes le temen a sus enojos y se negaron a hablar para esta nota. Todavía saca fotos, a las que acceden sólo sus más cercanos. Sus temas hoy son las flores y los paisajes luminosos.

EL PASADO NO EXISTE

Hoy es sábado 6 de mayo y hace cuatros días Sergio Larraín regresó a Ovalle después de pasar dos meses enteros meditando en la montaña. Paz Huneeus, la madre de su hijo Juan, acaba de estar con él. Dice que lo encontró demasiado pesimista, hablando de la guerra y de la miseria de los hombres.

Le dio rabia. Ella quería tocar temas terrenales como los hijos y los nietos, pero él no la escuchó.

La puerta de la casa de Larraín no tiene timbre. Golpeo pero nadie contesta. Un vecino me sugiere que insista. Tiene que estar adentro. No lo han visto salir.

Entonces se abre la puerta y Sergio Larraín Echeñique, el fotógrafo que inmortalizó Valparaíso y que engañó al capo de la mafia siciliana aparece en el dintel, vestido con pijama de franela y un chaleco tejido a mano. Se ve flaco y encorvado. Su pelo es canoso y le faltan dos dientes: uno arriba y otro abajo. Pero su mirada es fuerte, directa.

Sergio es conocido en Ovalle como un hombre místico y tiene un grupo de seguidores que lo llaman ‘el maestro’. El segundo martes de cada mes, se junta con ellos en un gimnasio público donde hace clases de yoga y les explica su filosofía de vida centrada en la búsqueda del presente. Durante estos años ha escrito una decena de pequeños manuales que él llama ‘textos para el kinder planetario’ y donde reseña ideas como ésta:

‘EL UNIVERSO ES UNIDAD, ESTÁ TODO JUNTO, AL MISMO TIEMPO, AHORA. PARA VOLVER A LA REALIDAD ES NECESARIO HACER YOGA’.

En mi mano, tengo el libro donde aparece esa frase. Sergio lo nota y de inmediato me invita a su casa. No me pregunta el nombre ni tampoco me da tiempo para decirle que soy periodista. Simplemente habla, habla y habla. Dice que estoy en el lugar correcto, que hace seis mil años se dedica a la búsqueda espiritual. Luego, saca de una caja de cartón otros libros para regalarme. En el living hay sólo eso: cajas.

Salimos a una galería que da al patio. Los muros están adornados con pequeños cuadros que él pinta al óleo, usando la técnica realista que aprendió de su amigo Adolfo Couve. En una mesa hay una figura del Buda y una foto a color. La imagen retrata a tres personas sentadas en una calle de espaldas.

Sergio continúa hablando acerca de su filosofía mística. Mientras lo hace, cierra los ojos y pone las manos en posición de rezo. Acto seguido, camina hacia el patio y apunta a la luna con el dedo índice. Dice que la luna es la última nota de la escala cósmica, que la primera es Dios y que mejor pasemos a la cocina. Antes de mi visita, se estaba preparando unas espinacas. Cierra la puerta. No quiere que los gatos se coman la mantequilla. Nos sentamos en la mesa. Al lado hay una escalera, que da hacia un altillo donde él medita. Paz me ha dicho que debajo de ese altillo hay un cuarto oscuro donde revela de vez en cuando las fotos que saca ahora. Miro bien y efectivamente ahí está el cuarto.

De pronto Larraín me pide que baje el mentón, que cierre los ojos y que conecte mi centro energético con la tierra. Larraín se calla por primera vez y sólo escuchó el miau de los gatos y unas gotas de agua que caen en el lavadero. Abro un ojo y lo veo concentrado, hasta que golpean a la puerta. Sale disparado y regresa acompañada de un discípulo. Le cuenta que hoy amaneció con mal pulso, que no puede escribir y que sus textos tienen dibujos porque todos nosotros somos niños intentando comprender el caos de este mundo.

De pronto, toma un lápiz y me pide que anote en la primera página de uno de sus libros una frase que acaba de pensar y que podría completar sus teorías: ‘Un planeta y una humanidad sin contradicciones, para incorporar al universo en nuestra mente y no quedarnos fuera de él’. Luego se pone inquieto. Dice que tiene mucho que hacer, que me vaya con los libros y que ‘por favor’ difunda todo lo que he escuchado, que esto es para todos. Me explica, además, que puedo sacar fotocopia y repartir sus textos a toda la gente que quiera un mundo bueno.
Tal como me hizo entrar, me saca de su casa. En el dintel de la puerta me detiene. ‘Párate en el “kath”, dobla un poco las rodillas, baja el cuerpo. Así pesadita. Conéctate con la gravedad, cierra los ojos. Estás aquí y ahora, el pasado no existe y lo que viene tampoco’.

NIÑOS VAGOS Y VALPARAÍSO

Muchos fotógrafos han hecho este mismo viaje a Ovalle para hablar con Larraín de fotografía y han salido de ahí sólo con sus libros de pensamientos metafísicos. Lo cierto es que a partir de 1970 Larraín olvidó todo su trabajo. El mejor ejemplo es el libro “Londres” publicado recién en 1998.

Las fotos fueron sacadas entre 1958 y 1959 cuando Larraín estaba becado por el Consejo Británico para estudiar foto. Pero las imágenes permanecieron 40 años en el archivo de Mágnum hasta que Agnés Sire –actual directora de la Fundación Henri Cartier Bresson- reparó en ellas y quedó impactada. ‘La bruma, la soledad, las aceras, los parques o los bares, el poder del dinero. Esta visión de Londres sin embargo tan íntima, no por ello deja de ser significante; hay quien ha reconocido en ella a los personajes clave de la literatura inglesa’, escribió Siré en la retrospectiva de 1999.

Para muchos, ‘Londres’ es una obra cumbre de la fotografía mundial. Para Larraín, en cambio, ya
no significa nada.

Otro ejemplo de este abandono, son las fotos que ilustran este reportaje. Las encontramos durante la investigación, arrumbadas en los archivos del Hogar de Cristo. Estaban mezcladas con tomas de otros autores, en un sobre que decía “pelusas”. Había allí un verdadero tesoro: no solo varias de las más famosas fotos de Larraín sobre los niños del Mapocho sino las secuencias que lo llevaron a ese resultado.

Para Josep Vicent Monzó, organizador de la retrospectiva de Larraín en Valencia, la serie de los niños de la calle es su mejor trabajo. Allí dice, Larraín encontró su camino. Por un lado, representa un quiebre con su familia y el mundo de la elite. Por otro, rompe con la forma aceptada de hacer fotografía. En ese trabajo Larraín no sólo se sitúa en el grupo políticamente incorrecto, sino que se hace cómplice de los niños. A los chicos que todos desprecian, Larraín los retrata como grandes personajes.

-Mi papá convivió con estos niños durante un tiempo: los vio asaltar gente, dormir debajo de los puentes, en las alcantarillas, todo. Quedó impactado con esta experiencia- cuenta su hijo Juan José.

En un cuaderno de apuntes, que Larraín le regaló a Carmen Silva hay una hermosa foto de un niño nadando en las aguas turbias del Mapocho y que forma parte de esta misma serie. Debajo de la foto anotó: “Aquí va un muchacho nadando sobre las piedras en la salida de una alcantarilla, será buen símbolo para nosotros que no vemos más que miserias, para que tomemos la vista y nos oigamos palpitar serenos por dentro”.

Esa sensibilidad está presente también en la serie de Valparaíso, su trabajo más conocido. Larraín llegó a esa ciudad en los ‘50 hipnotizado con las historias que le contaba Carmen Silva. Ella se había hecho íntima de una banda de cafiches y ladrones apodados ‘Los Filónicos’ con quienes salía en motoneta a bailar rock and roll. Le decían ‘la francesa’ porque era pintora y cuica. Apenas
Larraín supo de sus andanzas viajó al puerto, ansioso por descubrir nuevos mundos.

Empezó a frecuentar los bares y los prostíbulos del barrio chino: “La Tía Lucy”, “Las Lolis”, “El 69” y la famosa ‘Casa de los Siete Espejos’. En esta última, Larraín quedó atrapado por el juego de perspectivas. En el salón había siete espejos señoriales y dorados donde se reflejaban las mujeres como en un caleidoscopio. Larraín llega cada noche y se sienta largo rato en la barra, con una bolsa de papel en la que parece llevar un sandwich. Bebe, escucha y mira hasta que siente que nadie lo nota. Entonces, en el momento indicado, saca su Leica. En uno de los siete espejos una puta sonriente, papiche, de vestidito corto y tacones altos, le da la mano a un hombre engominado. En el primer espejo no aparece la cara del hombre, pero sí en el segundo. Es una obra maestra.

Larraín ha capturado ese momento sin poner el ojo en el visor. Él retrata con sus manos, mirando todo lo que ocurre. De ahí, el título de su primer libro: “El rectángulo en la mano”, publicado en 1963.

-Muchas de las fotos de los ‘Siete Espejos’ las sacó conmigo. Él se enamoraba de las putas, pero no de una manera erótica. Le gustaban esas niñas pobretonas que después haciendo sus show se transformaban en princesas, con brillos y cosas….- recuerda Carmen Silva.

Larraín trabaja en su serie de Valparaíso durante casi 10 años. El resultado es tan profundo que esas imágenes se transforman en la cara del puerto para el mundo. Escaleras tortuosas, niñas que bajan hacia abismos. Perros vagos. Marineros y putas. Barcos que emergen de la niebla.

Para Monzó, “sus trabajos sobre Valparaíso y Londres deberían ser obras de referencia de cómo retratar una ciudad y saber captar su esencia”.

Lo curioso es que Larraín nunca buscó la esencia de las cosas. Siempre se estuvo buscando a sí mismo. En ‘El rectángulo en la mano’ lo explica: “Es en mi interior que busco las fotografías cuando con la cámara en la mano paseo la vista por fuera, puedo solidificar ese mundo de fantasmas cuando encuentro que algo tiene resonancia en mí”.

CABEZA RAPADA
Buena parte de los motivos por los que Larraín se embarcó en la fotografía están en su familia. Quería alejarse de ellos, conocer otros mundos. Su padre, Sergio Larraín García-Moreno, era un prestigioso arquitecto, decano de la facultad de la Universidad Católica, amante del arte y coleccionista de piezas arqueológicas precolombinas. Los Larraín vivían en una mansión de 900 metros en avenida Ossa y los hijos estudiaban en el colegio Saint George y en el Dunalastair.

-Ser pituco fue una de las cosas que más lo marcó- cuenta Carmen Silva. “Él repudiaba esa cosa ostentosa de vivir en la casa más bonita del barrio. Le molestaba que su papá anduviera en un auto último modelo… Sin embargo, igual le gustaba manejarlo. Siempre tuvo esa contradicción. Una pelea muy fuerte de no querer y querer.

En parte, para alejarse de ese mundo, apenas terminó el colegio partió a estudiar ingeniería forestal a la Universidad de Berkley en California. Allá, sin embargo, nunca pudo ambientarse bien. La ingeniería no le interesaba. Prefería deambular por los bares de San Francisco y pasar el tiempo con los trompetistas de jazz y los mexicanos que movían marihuana.

“Estaba confundido, no entendía nada. Decidí entonces dejar los estudios y tener una profesión de vagabundo para buscar la verdad”, escribió Larraín, sobre esos años. Para mantenerse consiguió trabajo lavando platos por 60 dólares al mes. Era la primera vez que podía comprar algo con su plata. Y lo primero que compró fue una cámara y una flauta.

“Un día –cuenta Larraín en su restrospectiva – pasé frente a una vitrina y lo más bonito que había era una Leica IIIC. Leí revistas de fotos, vi todo lo que había en ese campo y termine enamorado de esa maquinita. Compré una de segunda mano, a plazos de cinco dólares al mes”.

Desde entonces, comenzó a tomar fotos como un juego que lo mantenía alejado de sus confusiones.
Fue en esa época cuando lo llamaron de Chile para decirle que su hermano menor había muerto tras caer de un caballo. La noticia devastó a la familia. Por culpa de un mal diagnóstico médico, nadie le dio importancia al accidente. Todos sienten que su muerte se pudo haber evitado.

-La muerte remeció a los Larraín porque eran todos muy frívolos y pasaban en fiestas. La mamá de Sergio, la Pin Echeñique, hizo votos de pobreza y se convirtió en monja laica… Nunca más se puso joyas ni se escotó- cuenta Paz Huneeus, ex pareja del fotógrafo.

Larraín tomó un barco carbonero para llegar al funeral. En el trayecto, se afeitó la cabeza y las cejas. Su familia quedó estupefacta al verlo. El joven era otro. Pero nadie sabía bien quién era. Ni siquiera él mismo.

Para pasar la amargura los Larraín partieron a Europa durante ocho meses. El padre buscaba unir a la familia, pero a Sergio le pareció que todo era falso. Siguió distanciándose y comenzó a hacer su propio viaje. Durmió en pensiones sencillas mientras su familia lo hacía en hoteles lujosos. Su amiga Angélica Guzmán estuvo con él en ese momento.

-Meditábamos en el Sena y él tocaba flauta. No siempre andaba con la familia porque le gustaba ver otras cosas, comer por donde lo pillara el día, no en los buenos restoranes. Le gustaba meterse en el mundo real, el de las masas.

En París, Sergio conoció a un monje hindú que lo proveyó de toda clase de textos místicos. Decidió viajar al Medio Oriente y cuando volvió a Chile regaló su ropa y se fue a vivir a La Reina. Solo.

Allí se alimentaba con huesillos y caminaba descalzo por los cerros. No hablaba con nadie y leía toda clase de textos místicos. En una entrevista que le hizo el novelista José Donoso, Larraín contó esa época. “Tenía 21 años y era como una hoja al viento. Regalé todo, ropa, libros, fotos e hice voto de castidad. Pensaba cuando reparas en algo no te puedes arrojar al todo”.

Fue entonces cuando comenzó sus sesiones de psicoterapia con el siquiatra Claudio Naranjo, uno de los terapeutas pioneros en trabajar con drogas sicodélicas en Chile. Larraín empezó a experimentar con LSD, que era considerada en esos años ‘la droga de la verdad’, la única que permitía expandir la conciencia y sentirse en el presente.

Larraín se prendó del ácido y lo recomendó a todos sus amigos. A Carmen Silva, por ejemplo, le dijo que si miraba con ácido el pasto podría ver las raíces de la tierra.
Paz Huneeus -su ex pareja- lo conoció durante esas sesiones y lo encontró raro. Larraín caminaba mirando al suelo y no hablaba con nadie.

Un día, cuando ella y su novio querían tomar LSD fueron a buscar al doctor Naranjo a la casa de Larraín. El doctor les abrió la puerta.

-Nos dijo ‘no los puedo atender porque Queco está hablando con su papá’. Yo no podía creer que un hombre tan drogado, con no sé cuanto LSD encima, estuviera conversando con su papá. Le dije a mi pareja: ¡Qué tipo tan valiente, qué increíble, qué lanzado, qué interesante!

En la década del 60’, Sergio estudió pintura en el Bellas Artes con Adolfo Couve. Seguía siendo corresponsal de Mágnum, pero sus intereses se iban distanciando de la fotografía.
Piro Luzco, amigo de Larraín en esos años, lo acompañó varias a veces a sacar sus últimos fotorreportajes. En una oportunidad, manejó su auto y en el viaje conversaron acerca de la búsqueda espiritual que ambos tenían.

-Era tarde, casi de noche, cuando voy cruzando por la cuesta Barriga y empiezo a sentir que al fin andaba con alguien, con el que más allá de toda la plástica, teníamos un interés místico. Nos bajamos de la citroneta y nos juramos frente a la vía láctea que el que encontrara primero al maestro le avisaba a su compañero.

EL MISTICISMO

En 1968 Sergio creyó encontrar a su maestro: Óscar Ichazo. Un boliviano que ofrecía entrenamiento espiritual y que fijó su sede en la ciudad de Arica. Óscar decía que el condicionamiento social y la formación del ego le impedían a los seres humanos conocerse a sí mismos, a los demás y al mundo. Apenas lo oyó, Larraín quedó conmocionado.

Dejó todo lo que había alcanzado en Mágnum: fama, reconocimiento, poder. Y se fue a Arica con su amigo Teco Huneeus, a ‘hacer el camino’.

-Con el Queco nos preparamos varios meses para ir a Arica. Hicimos yoga, Kung fu y fuimos a psicoterapia. Teníamos la expectativa de saltar a otro nivel de conciencia. El Queco siempre fue un místico. Era de comunión diaria. Siempre quería encontrar a Dios. Según él, con el LSD tuvo una conexión divina. Él me contó que se había prometido ‘hacer el camino’ de verdad, porque con droga era todo prestado.

En Arica, Sergio vivió en una casa de adobe llamada ‘La Escuelita’, que estaba ubicada en el Valle de Azapa y donde el grupo se reunía todos los días después de las 7 de la tarde para hacer meditación y ejercicios.

-Hacíamos mantras que son repeticiones de sonidos RHAM para encontrar el vacío de la mente. También íbamos al desierto a cargar unas piedras pesadas que tenías que tirar desde un cerro y alcanzar a agarrarlas antes que terminaran de rodar. Hacíamos gritos de animales, de leones, de búfalos para liberar la fuerza chi. Y estaba ‘el traspaso de conciencia’ donde uno mira a su compañero a los ojos. Al Queco le encanta ese ejercicio porque te chupaba la energía – cuenta Paz.

Paz Huneeus llegó con su marido a ‘Arica’ cuando el grupo llevaba un año funcionando. Allí se encontró con Larraín, el único autorizado por Ichazo a tomar apuntes de sus planteamientos. Paz trabajó con él en un reportaje gráfico que estaba preparando sobre el movimiento. Larraín estaba contento, sentía que por fin había alcanzado la iluminación sin drogas. Por eso, le escribió una carta a Claudio Naranjo que decía ‘ven, este hombre nos da en frío todo lo que siempre hemos buscado con LSD, estás invitado’.

Ichazo era un tipo que encantaba con su manera de hablar, que hipnotizaba a cualquiera. Para Sergio su palabra era ley. Tanto así que un día Ichazo dijo ‘el hombre es con mujer’ y Larraín decidió comenzar una relación amorosa con Paz.

Todo marchó bien hasta que el ex fotógrafo sintió que había llegado a un nivel de iluminación donde podía conversar de igual a igual con su maestro. La relación entra ambos se puso tensa.
-Óscar comenzó a burlarse del Queco. Le decía ‘este fanático, este católico tan curruchupa’. Le había puesto un sobrenombre ‘hermano rabanito’ para reírse y todos le decían así. Y eso él nunca lo aceptó, se moría de vergüenza. Más que mal, era un fotógrafo famoso cuando llegó allá. Pero Óscar siempre lo tomó como a todos, para él no era especial- recuerda Paz.

A Sergio lo echaron de Arica y se vino a Santiago con el hijo que había tenido con Paz, Juan. Ya se había retirado de la fotografía y ahora sólo quería pintar.

Durante la dictadura, le allanaron su casa del Arrayán y le robaron todas sus cámaras, incluida la Leica con la cual había tomado sus mejores fotos. Larraín recorrió el país entero buscando un lugar donde vivir hasta que encontró una parcela en Tulahuén, al interior de Ovalle. Desde entonces, sólo algunos de sus amigos lo ven. Teco Huneeus es uno de ellos.

-Al Queco no le gusta ser etiquetado como fotógrafo. Yo creo que él quiere liberarse de ese rótulo. Hoy, él tiene propuesta social para hacer una convivencia más sana. Eso es lo que él ejerce y le gustaría que lo vieran como tal. La fotografía fue un medio para él. Pero en realidad Queco siempre fue un místico. Bueno o malo, ese es otro cuento.

Don

Entrevista Jorge González (The Clinic)

En su departamento de San Miguel, barrio al que regresó para estar cerca de los suyos, Jorge González conversó con Patricia Rivadeneira sobre todo lo que lo rodea en su nueva vida: la música, la enfermedad, los amores, su mirada sobre Chile, la muerte, y, como siempre, la difícil tarea de ser Jorge González en un país que lo sabe único. Además anuncia dos lanzamientos para las próximas semanas: un disco doble de demos inéditos y un libro con su autobiografía. “Ahí van a conocer a la persona, no al personaje”, anticipa.

Mientras editaba esta entrevista me acordé de la canción “Mi amigo el león” que Jorge escribió cuando éramos chicos y pensábamos que “el futuro se fue”, vivíamos el presente, voraces, sin pensar en el mañana.

Ahora que el mañana llegó, vivimos con ritmo más sereno. Jorge está trabajando para sanar; sus ganas de vida, su ironía y su energía de lucha son las mismas que le conocemos desde siempre.

En esta nueva vida de Jorge, su padre nos cocina cazuelas a los amigos que lo visitamos en San Miguel, su barrio de cuna, donde nacieron Los Prisioneros, donde creó y grabó gran parte de la música que lo hizo famoso como el músico más brillante e incisivo de Chile. Sus hermanos lo acompañan y producen las fotos de esta nota. La familia se ha vuelto a juntar.

Koke Rey, su padre, le enseñó que la música es un oficio de grandes y no un hobby de fin de semana. Hoy sigue trabajando como vendedor de timbres de goma. A las Cleopatras, allá por el año 86, nos hizo nuestro timbre: eran mis labios y la escrita Cleopatras, el grupo que Jorge alentó y para el que escribió Corazones Rojos.

Conocí a Jorge en esos años 80 gracias a Jacqueline Frésard, su primera esposa y amiga entrañable de ambos hasta ahora. Su regreso a Chile y su enfermedad nos han vuelto a unir, nos han dado tiempo para compartir la amistad, para pensar en el paso del tiempo y en la muerte. Siempre han sido temas de nuestro repertorio. El amor también, erótico sobre todo.

Jorge siempre me cambia el eje, me desafía. Por ejemplo, su generosidad en estos meses al permitirnos acompañarlo en su momento más difícil, abriéndose y mostrándose como lo hizo en el concierto “Nada es para siempre” el 27 de noviembre pasado en el Movistar Arena, se pone como un antídoto, como un acto de rebeldía frente a una sociedad hiperfuncional y exitista donde la vejez es un pecado y la enfermedad un castigo. Jorge se levanta y nos cuenta que para ser héroe hay que saber caer. Se rebela a la invisibilización de nuestra fragilidad, como siempre lo ha hecho, sea ésta la pobreza, la raza, el color político, la angustia, el fracaso, el miedo, la soledad. Alguien que ha vivido peligrosamente, acostumbrado a llevarse la vida por delante, se expone en su aflicción y nos permite un encuentro más sincero, humano, sin olvidarse de hacer reír ni de cuestionar lo que se pueda cuestionar. Muy de Jorge. Apabullante y generoso.

Me pregunta el otro día: ¿Qué piensas de ser dragón? (ambos nacimos el año 64). Yo le digo: ¿Ser un animal que vuela? Me contesta: No, ser un animal invisible.

Últimamente no has dado muchas entrevistas.
–No, en realidad nunca he dado muchas. Al comienzo, cuando tenía que ser conocido, me di a conocer. Y después, como ya me conocían, pensé que con eso era bastante. Nunca me interesó mucho la idea de mantener una carrera. Me he preocupado más de mantenerme a mí.

Ya llevas un año y medio en Chile. ¿Cómo ha sido vivir de nuevo en tu país?
–Bueno, ha tenido partes lindas y partes incómodas. Lo incómodo es que todos quieren saber quién soy. También es incómodo que hagan tanto tributo, como si me hubiera muerto, cuando en realidad sólo tienen razón a medias. Lo lindo ha sido encontrar de nuevo a la gente que quiero. Me doy cuenta de que los amigos son los amigos, y los amigos ocasionales no están. En ese sentido, no ser noticia me agrada mucho, porque me viene a ver nada más que la gente que me quiere. Los que estaban de paso, parece que no eran tan amigos como decían. Eran más bien interesados. Pero yo los comprendo.

Cuando uno está menos productivo, las relaciones se restablecen más bien por lo afectivo que por lo laboral, ¿no?
–Yo creo que sí. Ahora me doy cuenta de quienes me tienen afecto, hoy día lo sé. Y me alivia mucho saberlo, porque yo soy más de afectos que de laburo. Ya me curé de ser trabajólico, creo. Ojalá así sea. El tiempo lo dirá, no yo.

Aunque la música es un trabajo pero también una vocación.
–Es una elección de vida, en verdad. Yo creo que he aprendido a decir cosas con la música más que con las palabras. Ha sido mi manera de darme a conocer, de tener un lugar.

¿Cómo te sentiste cuando te encontraste con ese público en el Movistar Arena, a fines del año pasado?
–Estaba más preocupado de no caerme. Pensaba: si me caigo, se caen ellos también. Y tengo un poco de razón, porque soy una especie de maestro de ceremonias. No soy un ídolo, sino que al final soy un sirviente, lo que me honra mucho. Pongo lo mío al servicio de la comunidad, y eso es lo que hay que hacer, ser uno entre tantos. Por eso me molesta que me hicieran un ídolo. Porque yo, en verdad, soy más persona que personaje.

Eso es algo que has tenido que trabajar, porque la tentación de convertirse en un personaje de sí mismo es bien grande.
–Sí, pero tomar ese camino es muy difícil. Hay que mantener ese personaje, y es mucho trabajo mantener a una sola persona como para mantener a dos. Yo me fui de Chile para eso, para ser solamente una persona.

Pero en el escenario, como dices, te gusta ser el que sostiene a los demás.
–Sí. La idea es que el público se ponga nervioso, no uno. Eso les trato de transmitir a los chicos que tocan ahora: el músico tiene que estar tranquilo, es la gente la que tiene que estar nerviosa.

Y la persona Jorge, ¿cómo se relaciona con el mundo ahora que has estado con esta enfermedad que te cayó sin aviso?
–No es una elección, precisamente. Es una imposición del destino.

Claro.
–Bueno, he sido cercano como siempre y alejado como siempre. O sea, he sido el mismo. Solamente he cambiado en apariencia.

¿Te enojaste mucho con el destino?
–No, no, estuvo bien. Yo me merecía algo malo, me tocaron demasiadas cosas buenas. Y el destino, en parte, lo hace uno, así es que estoy conforme con ello. “Todo está bien si termina bien”, decía el caballero Shakespeare, y creo que tiene razón. Aunque yo soy más Oscar Wilde que Shakespeare, me gusta esa manera de pensar. “Hope for the best and expect the worst”, me encanta ese dicho.

¿Y cómo ha sido volver a estar con tu familia de origen?
–Ha sido muy rico, y con mi familia electa también. Me siento muy a gusto. Tomo solcito, lo paso bien. Soy yo, en otras palabras. Eso es lo ideal, volver a ser uno.

¿Por qué decidiste volver a San Miguel?
–Porque en La Reina estaba muy lejos de mis amigos, y aquí estoy más cerca de mi familia. Además, conozco mejor este barrio. La Reina era muy aspiracional para mí. San Miguel es más como mi casa, aunque por eso mismo es más difícil, de alguna forma.

¿Por qué?
–Porque es más fácil encerrarse en La Reina que salir a la calle en San Miguel. Pero prefiero lo más difícil, porque sé que es mi destino.

Y ahora que estás con dificultades, ¿cómo sientes que te ve la gente?
–Juran que estoy sano, y que soy de ellos. De alguna manera, tienen un discurso aprendido de que soy una especie de ídolo, o algo así. Y pienso en el ídolo con pies de barro. Pero no pienso mucho. Solamente escapo. Pero escapo hasta el punto en que hoy puedo moverme y esconderme, o sea ninguno. En realidad, a veces es un sueño y a veces una pesadilla, según el día y según cómo uno lo tome. Yo trato de tomarlo como una ayuda, como que la gente necesita ayuda y yo estoy dispuesto a ofrecerla. O sea, ofrecer mi música.

Pero me has contado que estabas cansado de Berlín y ya te querías venir a Chile. ¿Cuánto tiempo estuviste afuera?
–Como diez años. Me fui a México primero, después a España y luego a Berlín. Antes había estado en Nueva York tres años. Pero no me pensaba venirme a Santiago. Yo creo que me voy a ir a provincia, porque Santiago está invivible, creo que para todos, no solamente para mí. Lo único bueno es que ahora se está convirtiendo en una ciudad de verdad, con los inmigrantes. Cuando se ve gente de otro color, sabes que estás en una ciudad.

Y eso ayuda a crear una mayor tolerancia a lo diferente, ¿no?
–En las ideas, sí. En la práctica, está por verse. Vamos a ver si se transforman en guetos. Pero más allá de eso, en Santiago hay una tensión que se nota en las calles, en cambio en las provincias ves relajo, y eso es rico. Pienso que un pueblo es más adecuado que una ciudad, más humano, una escala más manejable. Y parece que creo más en un pueblo con caciques que en un país con presidentes.

¿Por qué?
–Porque un presidente es sólo una imagen, los que mandan están detrás siempre.

¿Cómo fue tu encuentro con la Bachelet cuando te entregaron el premio en La Moneda?
–Fue bastante cómico. Era como Los Simpson, en realidad.

¡Ja, ja, ja! ¿Cómo?
–Era como un Simpson de Jorge González y un Simpson de la Bachelet.

¿Qué impresión te causó? ¿La conocías?
–No, no tenía el gusto y no creo tenerlo todavía, porque conocer a una persona toma más tiempo que una reunión. Además, estábamos en personajes, y cuesta sacarse eso de encima. Se requieren ciertas condiciones. Lo que sí me impresiona es que una mujer sea presidente. No deja de ser algo, como figura por lo menos.

¿Por qué te impresiona?
–Porque tengo una mamá, y parece que algunos se olvidan de eso, porque denigran mucho a la mujer. Yo siempre fui respetuoso con las mujeres. A mi última novia, Daniela, yo creo que le gusté por eso. Porque ella trabajaba conmigo y veía que yo era un jefe que trataba a las mujeres con deferencia, porque les había costado mucho más el puesto que a un hombre. Creo que eso todavía ocurre.

¿Crees que a Bachelet la están maltratando mucho?
–Yo creo que la derecha opina que las mujeres son iguales mientras no dejen de ser sus mujeres. O sea, mientras sean la mujer en la que ellos creen, que es sumisa, ella la china y ellos el patrón. Desgraciadamente, todavía esa gente manda. Y mandará siempre, porque son los que tienen la razón y la fuerza al mismo tiempo.

DE NERUDA A JOE PINO

A-fondo-con-Jorge-González-foto2-hermanos-gonzalez

Me contaste que fuiste al cine a ver la película de Neruda.
–Sí, aunque no había nadie viéndola. Y estaba buena porque no es San Neruda, es un caballero gozador, como uno se lo imagina. Más bien un hombre que un santo. Aunque a la Fundación parece que no le gustó mucho la idea, porque lo quieren canonizar. O quieren los billetes que produce un santo.

Quieren sacarlo de chapita…
–Pero es muy tarde para eso: el caballero ya confesó que había vivido, en su momento. Para mí él es un orgullo y considero que es bueno que haya vivido. Que haya vivido tanto, que haya viajado y todo eso que algunos le critican. Parece que en algún momento era importante tratar de ser un poeta. Ahora es más importante ser un buen contador, un buen funcionario. O sea, un esclavo.

Y a ti, con la vida más tranquila que llevas ahora, ¿qué es lo que más satisfacción te está dando?
–Lo que más satisfacción me dio fue ir a la playa. Lo pasé re bien, viví a otro ritmo. En vez de escuchar celulares, escuchaba olas. Es importante esa diferencia. Por eso me dan ganas de vivir por ahí en algún momento. Aunque sea más fome, igual yo creo que es más vida. Santiago tampoco es tan entretenido. Tiene todos los vicios de una ciudad grande, pero ninguna de las virtudes.

Sí, hay un exceso de tensión, de estrés, la gente anda mal agestada…
–O está trabajando o está pensando en trabajar. Entonces todo gira alrededor de sobrevivir, no de vivir. No parece Latinoamérica, es muy serio. Pero no es concentrado, es serio nomás. La gente se esconde mucho, no se atreve a hablar. Incluso creo que no se atreve a pensar.

Tú me dijiste que la gente tiene miedo.
–Yo creo que tiene miedo de perder el trabajo y tiene miedo de no vivir. Pero la verdad es que están sobreviviendo, según mi punto de vista. En algún momento, la gente fue ciudadana, después fue consumidora y ahora son sencillamente esclavos. Algunos son esclavos de la riqueza y otros de la pobreza, pero todos estamos atados a la plata. O sea, todos estamos atados a algo que es una idea, no una realidad. Se le da más valor al dinero del que realmente tiene. El problema es concentrarse en el futuro y en el pasado. Hay que concentrarse en el presente. Eso opino del Canal 13, por ejemplo: son muy lindos “Los 80”, pero en los 80 estaban calladitos ante lo que pasaba. Sólo contaban la verdad oficial, que siempre es demasiado oficial para ser verdad. Por eso lo que más me ha gustado de Chile ha sido la 31-Minutización del país.

¿Cómo es eso?
–Se ha vuelto cada vez más como 31 Minutos. Mejor dicho, se ha vuelto cada vez más como Joe Pino que como Tulio. Y eso es bueno, porque éramos muy Don Francisco. Ahora el chileno está más opinólogo, aunque no sé si más participativo. Hay una diferencia entre las dos.

Como que la gente opina mucho pero participa poco.
–Opina escondida en un computador. Pero se calla, en verdad. Y creen que la Internet no está manejada. Son ilusos, igual que yo.

¿Viste que hubo dos marchas bien grandes contra las AFP?
–Una vez se me ocurrió pasar por una marcha con un televisor de plasma y mandar a todo el mundo a trabajar. Lo encontré un buen momento. Bastante irónico.

¿Y qué pasó?
–Nada, no me pescaron. Estaban muy ocupados marchando. En realidad la gente marcha por el acto de marchar, no por defenderse de lo indefendible.

Eso te iba a preguntar, porque ahora fue por las AFP, pero hace unos años fue por la educación y ahora parece que hasta por ahí nomás querían la educación gratuita para todos…
–Cierto. Yo creo que moviliza más un paro que una marcha. Creo que un paro es la solución, habría que parar de trabajar. ¿Pero entonces cómo comemos? Ahí lo descubriremos, a la fuerza, creo yo.

Como que la gente quiere cosas, pero después no sabe cómo las quiere.
–En realidad, no saben lo que están pidiendo. “Más lágrimas se han derramado por las plegarias atendidas que por las no atendidas”, decía una santa, y Truman Capote la citó en su libro. Yo creo eso, que hay que tener cuidado con lo que uno pide. Porque se te puede dar, y ahí vas a tener que enfrentarte con eso. Debemos saber, más que creer.

Quizás el problema es que antes creíamos tener un amo, un patrón, y podías organizarte contra él. Pero ahora te hacen creer que puedes ser un empresario de ti mismo y que tienes todas las posibilidades. ¿Qué te dice la palabra emprendedor?
–Me dice: ¿quién estará emprendiendo, en verdad? Es difícil emprender, porque está todo maqueteado. Eso de que tienes todas las posibilidades es verdad hasta por ahí nomás. Es verdad según uno.

Al final, te empiezas a fagocitar a ti mismo.
–Cierto, te conviertes en tu jefe. En realidad, lo que tenemos es la posibilidad de decir que no. Es la única posibilidad que todavía existe, la de negar. Pero es un poco difícil, porque eso no se enseña desde niños. Nos enseñan a competir a los hombres, y a las mujeres a complacer. No tenemos mucho el concepto de negar, y que nos paguen por rebeldes.

¿A ti todavía te pagan por rebelde?
–Yo creo que sí.

Qué suerte.
–Espero que me paguen bien.

MUJERES

Decías que la gente está sobreviviendo, pero tú sí que sobreviviste. Porque en un momento pensamos que te ibas a morir, y tú también lo pensaste.
–Sí, también lo pensé.

¿Qué sentiste en ese momento, al pensar “me voy a morir”?
–Nada, pensaba que ya había hecho lo que tenía que hacer y que estaba bien. Si me muero mañana, me voy a morir contento. No voy a tener esa sensación de que me voy con cosas sin hacer, porque ya crié a mis hijos, de alguna forma.

Pero tuviste la fuerza de salir.
–Fue la inercia, en realidad. Fue la mala costumbre de respirar. La mala costumbre de vivir. El apego al ser humano.

Uno está apegado a la vida, a pesar de todo.
–A pesar de todo. Y uno no decide. La vida decide por uno.

Cuando vas a la Teletón, ¿cómo ha sido eso de relacionarte con otros enfermos? Es todo un mundo.
–Claro, es como un club de los enfermos. Y pienso que el club de los sanos también está enfermo, pero de la cabeza. Hice una especie de novela que se llama “Los Sanos”. Se trata de que toda la humanidad está enferma porque los Sanos, que tienen el poder, están de acuerdo con otra gente que no es humana. La amiga con la que salí el fin de semana piensa que eso es pensar negativamente, pero yo creo que por ahí va la cosa.

Ya que lo mencionas, tú sigues queriendo el amor.
–Sí, sigo creyendo que nos vamos a salvar por ese lado. Y que el miedo nos separa. No creo que el miedo sea lo que permanece adentro, sino que el miedo lo rechazamos. Pero como la gente rechaza el miedo, por eso se aferra a los amores, porque creen que eso es el amor. Yo creo que el amor está dentro de uno mismo.

Sí, pero yo escuché tu disco “Leonino Double Life” y es un disco lleno de canciones de amor.
–Sí, porque yo estaba mucho en el amor carnal en ese momento.

¿Y ahora?
–Quisiera estar en el amor espiritual. Porque no me queda otra… El amor en uno mismo.

Ya, porque no te queda otra, pero lo que siempre has buscado es una pareja…
–El amor carnal. Pero yo creo que no era correcto, porque al final se sufre. En cambio siendo amigos, te llevas mejor. Siendo novios terminas peleando y separándote de alguien que quieres.

Porque tú has sido muy pasional.
–Cierto, me he comprometido mucho. O sea, me lo he tomado en serio.

¿Sientes que te has perdido a las mujeres que has amado?
–Algunas son amigas, las que son buena onda, como la Jacquelincita. Y algunas no son nada de amigas, las que son mala onda, que no quiero ni nombrarlas.

Te casaste dos veces, o tres.
–Me casé cuatro o cinco veces, como Elizabeth Taylor.

O sea, tú crees en el matrimonio.
–La verdad es que me da lo mismo. Si alguien se quiere casar, me caso.

¿Siempre han sido las mujeres las que han querido casarse?
–No sé, yo creo que la primera vez fue la familia, la Jacquelincita era muy guagua para saber algo. Solamente queríamos vivir juntos y era más cómodo casarse. Y fue muy buena la fiesta.

¿Qué es lo que más recuerdas de esa fiesta?
–Que había mucha gente de prensa, y que yo me enojé con eso. Y que después me dio un ataque de asma y nos morimos de la risa con la Jacqueline por eso.

Estabas nervioso.
–No, estaba tranquilo.

¿Qué sentiste cuando entraste? Porque esa iglesia era como una catedral.
–No sentí nada. Era como una película. No sé si buena o mala, pero era una película.

Era como estar en un videoclip de Jorge González.
–Cierto, más o menos. Ahora sería eso, en esa época yo me estaba haciendo. En realidad la Jacqueline me estaba ayudando a hacerme. Esa época yo era solamente un proyecto.

La Jacqueline fue buena compañera.
–Muy buena compañera, porque me dejaba crear. Y me enseñó mucho de arte. En cambio los otros prefirieron ser prisioneros nomás. Yo creo que preferí ser artista.

Y también la Jacqueline te permitía mucha libertad.
–Cierto.

No creo que todas las mujeres que has tenido te hayan dado tanta libertad.
–No. Ahora pretendo que sí. Y si no, seamos amigos.

Ya, pero tú pides libertad para ti, en cambio tú no la das.
–Yo también la doy, aunque igual me duele, porque soy humano. Pero comprendo que no soy el único, como me quedó clarito en la vida.

Claro, a estas alturas del partido uno se resigna, dice “bueno ya”…
–Sí, dice “bueno ya”, pero en verdad no está tan convencido.

El disco “Leonino Double Life”, dedicado al amor, ¿se lo dedicaste a alguien en especial?
–Sí, a esta niña que le llamo Gia, como un personaje de “Magadascar”, la película. Era una jaguara. Y yo el león, que se llamaba Alex. Es que yo soy fanático de los dibujos animados. Como cuando llevé a tu hijo Adriano a ver las Tortugas Ninjas, sigo siendo un forro.

El mundo de la fantasía, tú tienes muchas fantasías…
–Es que los dibujos animados son más parecidos a la gente. Por eso Chile es más como 31 Minutos que como la tele. Y por eso 31 Minutos es tan popular, porque es verídico.

¿Cómo fue tu colaboración con ellos?
–Los muchachos me llamaron y yo dije que quería trabajar con ellos, aunque lo único que quería era ver a los monos. Me sentía feliz estando al lado de la Patana o de Joe Pino. Para mí era un sueño, en verdad. Y para ellos fue una alegría.

¿Cuáles son las canciones que más te gusta cantar ahora?
–La de este disco de Leonino o las de “Trenes” (2015), más bien las últimas. Porque las de Los Prisioneros ya las canta la gente, yo ya me cansé un poquito. La vez cinco mil era divertido cantar “Tren al sur”, la vez diez mil no era tan divertido. Y ahora es un poquito una lata.

LEVANTAR EL ESPÍRITU

A-fondo-con-Jorge-González-foto3-hermanos-gonzalez

En noviembre del 2014 te presentaste como Leonino en Nueva York y hablaste de la espiritualidad como respuesta a la angustia, de convertir el hogar propio en un templo. ¿Esa búsqueda la estás integrando en este nuevo proceso?
–Sí. Trato, por lo menos. Ahora me gusta escuchar gospel, o sea música cristiana. Pienso que es bueno levantar el espíritu. Aunque no soy dogmático, no tengo mucho la cultura católica. Mis padres eran tan poco creyentes que no eran ni ateos siquiera.

¿Y en qué estás creyendo, qué crees que va a pasar cuando nos muramos?
–Yo creo que nos convertiremos en seres de luz, de alguna forma. O que ya somos, pero que el cuerpo va a desaparecer, que nos vamos a ir de la tierra, que nos quieren echar, porque somos huéspedes nomás. Somos esclavos. Pero de alguna forma, vamos a quitarnos la idea de nosotros mismos. No sé cómo. Es un estado que no puedo describir, porque no lo puedo vivir todavía, pero creo en él.

Pero hay algo que imaginas.
–Más o menos, pero yo sé que está lejos de mi imaginación. Más bien los pintores tienen la respuesta, o los poetas.

Pero uno ha tenido, en ciertos momentos de éxtasis, o de iluminación, también con algunas drogas, esa sensación de que uno es parte de un todo.
–La clave está en poder describirlo. Eso es lo difícil. Para eso está el arte, para poder describir lo indescriptible, o para representarlo. Por eso es más útil de lo que la gente cree.

¿Cuando estás triste escribes música?
–No, cuando estoy triste no quiero saber nada. Solamente quiero escapar de la tristeza, y me busco cómo hacerlo.

¿Y cuál es ahora tu manera de salir de esa tristeza?
–Ahora la manera es cambiar la música. Antes era tomar droga, y alguna vez fueron las mujeres. Espero que las drogas no vuelvan, y espero que las mujeres no se vayan nunca. O que se vayan, pero no muy lejos.

No te han faltado…
–No, no me puedo quejar por ese lado. Para eso me hice músico. Pero a la larga, como le decía a un amigo, lo que puedes ganar con la música es quererse a uno mismo. Me acuerdo que en los 90, yo iba por ahí a tocar como DJ, vestido de grunge, y unas gorditas rockeras me decían “pobrecito”. Pensaban que eso era rebajarse, y yo pensaba que era enaltecerse. Yo pensaba que me ganaba a mí mismo, ellas pensaban que me perdía la fama. Estaba mezclando Rafaella Carrà y esas cosas, o sea, estaba dando alegría, a mi manera de ver, riqueza espiritual. Ellas pensaban que estaba dando pobreza.

¿Y con qué nombre te presentabas?
–Me ponía Dj Deafuera, porque creía que eso era mejor visto. Y después no quería tocar acá, porque pensaba que iba a ser siempre Jorge González. Y tenía razón. Probablemente ese es mi nombre. Recién ahora lo descubro.

¿Y Leonino?
–Yo creo que fue un buen sueño. Y pretendo retomarlo en algún momento.

Pero siempre era Jorge González atrás.
–Sí, el que estaba manejando la batuta. Leonino fue un buen amigo, pero demasiado bueno para ser cierto.

¿En qué estás ahora? ¿Vas a publicar un libro?
–Claro, tengo terminada mi autobiografía. De hecho, hablé con mi hermano para editar un disco de demos míos y al mismo tiempo mi autobiografía, como algo conjunto (ver recuadro). Porque ahí va a ser más claro todo, y van a conocer a la persona, no al personaje. El personaje es lo que Copesa quiere de mí, la persona es que lo que yo voy a contar.

Has tenido una vida intensa. ¿Estás dispuesto a contar todo eso a calzón quitado?
–Algunas cosas sí. Otras cosas, muy sensacionalistas, todavía no las digiero bien.

¿Y no te da nervio publicar eso?
–No, me da lo mismo. Encuentro que es un paso que tengo que dar. Pero por ahora va a ser una primera parte, porque tengo la ambición de vivir unos años más. Aunque eso no lo sabemos. Ahora sé que no soy de fierro. Antes pensaba que nada me entraba, que era una persona inmortal. Ahora creo que el alma es inmortal, pero el cuerpo falla.

Aunque uno sepa que la muerte existe, creíamos que éramos muy fuertes, que nos quedaba mucho por delante.
–Cierto, ahora me doy cuenta de que me queda mucho, pero no igual. Tengo que tener más cuidado. Y pretendo no distraerme. Por ejemplo, ahora estoy tranquilo, y esa es una manera de conservar la vida. Y siempre, de alguna forma, luchamos por nuestra vida, aunque yo tengo más conciencia que los demás de eso.

Por estar enfermo.
–Por haber vivido. O sea, por confesar que todavía vivo, como lo hizo el inmortal Pablo Neruda, que debe estarse riendo por ahí porque lo pasó muy bien.

Como tú. También lo has pasado bien.
–Sí. Y pretendo seguir pasándolo mejor aún.

Y mantener siempre el sentido del humor.
–Y el doble sentido también, cuando llega el momento

banda sonora # 3

Ambar, María Bethania

Tá tudo aceso em mim
Tá tudo assim tão claro
Tá tudo brilhando em mim

Tudo ligado…

Como se eu fosse um morro iluminado
Por um âmbar elétrico que vazasse dos prédios
E banhasse a Lagoa até São Conrado
E ganhasse as Canoas aqui do outro lado

Tudo plugado, tudo me ardendo…

Tá tudo assim queimando em mim
Como salva de fogos
Desde que sim eu vim
Morar nos seus olhos

Traducción

Todo se encendió en mí
Es todo tan claro
Todo está brillando en mí

Todo relacionado …

Como si fuera una colina iluminada
Por un ámbar eléctrico que atravesara los edificios
Y se baña en la laguna de Sao Conrado
Y se gana el Canoas aquí en el otro lado

todo enchufado, todo me arde …

está todo así quemando en mí
Como salva de fuegos
Desde que sí vine
Que viven en sus ojos

banda sonora #2

Nude, Radiohead

Don’t get any big ideas
They’re not gonna happen
You paint yourself white
And fill up with noise
But there’ll be
Something missing

Now that you’ve found it it’s gone
Now that you feel it, you don’t
You’ve gone off the rails

Don’t get any big ideas
They’re not gonna happen
You’ll go to hell
For what your dirty mind is thinking

Traducción
No tengas buenas ideas,
no van a ocurrir nunca.
Te pintas de blanco,
y te llenas de ruido.
Pero habrá
algo que haga falta.

Ya que lo encontraste, desaparece.
Ya que lo sientes, en realidad no.
Te has salido de las vías.

No tengas buenas ideas,
no van a ocurrir nunca.
Te vas a ir al infierno
a causa de tus sucios pensamientos

Banda Sonora #1

Las cosas simples, Buika

Uno se despide
Insensiblemente de pequeñas cosas.

Lo mismo que un árbol
Que en tiempo de otoño se queda sin hojas.

Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas
Esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida
Y entonces comprende como estan de ausentes las cosas queridas.

Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso
Que el amor es simple y a las cosas simples las debora el tiempo.

Demorate a ti, en la luz solar de este medio día
Donde encontraras con el pan al sol la mesa tendida.

Por eso muchacha no partas ahora soñando el regreso
Que el amor es simple y a las cosas simples las debora el tiempo.

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida…

Sra Cao : líder Mochica

Antes de los Incas, después del gobernante mochica, el señor de Sipán …

Los arqueólogos concentraron sus esfuerzos en este sepulcro, que tenía una estructura compleja. Cuando lo abrieron, el 15 de mayo de 2006, encima de todo apareció una gran vasija en forma de búho enterrada hasta el cuello. A continuación se encontraba una cubierta de caña sustentada por un relleno de adobe y tierra. Debajo, unas maderas de algarrobo desbastadas, a modo de vigas, servían para proteger el entierro. Alrededor de éste se habían dispuesto diversas vasijas. Finalmente, el 15 de mayo de 2006, ante la emoción de Régulo Franco y su equipo, se extrajo un fardo funerario intacto, que pesaba unos cien kilos y tenía una longitud de 1,80 metros. El fardo había sido colocado con la cabeza mirando hacia el sur, algo habitual en los enterramientos mochica. A la derecha del fardo descansaba el cuerpo de una joven de unos 15 años.

Los mochicas no momificaban a sus muertos, pero en este caso el cuerpo fue untado con cinabrio, un mineral rojo que ayudó a su desecación y permitió que se conservara perfectamente. La piel de los antebrazos, los tobillos y los dedos estaba cubierta de tatuajes en forma de arañas y serpientes. La Señora de Cao, que fue el nombre que dio Régulo Franco a esta mujer, conservaba intacto su cabello, dividido en dos pesadas trenzas, y sobre su rostro se había colocado el cuenco de metal que contuvo el cinabrio con que se cubrió su cuerpo. La autopsia efectuada reveló que la Señora murió aproximadamente a los 25 años, al parecer debido a las complicaciones de un parto.

¿Quién fue ?

Esta mujer, que vivió hacia el año 400 d.C., unos 150 años después que el Señor de Sipán, fue enterrada con diversos símbolos de poder, entre ellos una corona de oro decorada con una cara salvaje sobrenatural y dos grandes mazas o bastones ceremoniales, así como varias armas. Además, algunos de los individuos enterrados junto a ella, como la joven que se encontraba a su lado, fueron sacrificados para acompañar a su señora al más allá.

Todo esto hace del descubrimiento de la Señora de Cao algo único en la arqueología peruana, ya que es la primera gobernante femenina de la que se tiene constancia. Su hallazgo echa por tierra muchas de las teorías que se habían formulado hasta entonces, según las cuales la mochica era una sociedad guerrera y teocrática, y gobernada por hombres. Walter Alva, el descubridor de Sipán, manifestó su sorpresa al ver que «muchos de los atuendos y símbolos de poder se encuentran en el ajuar de una mujer, ya que hemos considerado a los mochicas una sociedad patriarcal gobernada por varones». Según afirmó Régulo Franco, la Señora posiblemente «fue una mujer líder en su época» y desempeñó un papel político y religioso importante en su sociedad; entre otras cosas habría dirigido los sacrificios humanos que demandaban los rituales mochicas

+mÁS+